Los relojes astronómicos se construyeron combinando en un solo instrumento mediciones de tiempo terrestres, siderales y posiciones planetarias. Otros relojes astronómicos se construyeron combinando diversas funciones, pero de forma separada, repartidas generalmente en dos esferas principales, y a veces agregando pequeños relojes secundarios, lo que hizo más individualizada y dispersa la información, pero más fácilmente reconocible para quienes no pueden leer todo junto en un mismo instrumento.

Sin dudas, constituyen un interesante símbolo de percepción unificada del vínculo Cielo-Tierra, porque al contemplarlos se puede conocer la hora presente, en ocasiones la fecha y el mes, y al mismo tiempo, ver las fases de la relación Sol – Luna, y en algunos casos, la ubicación de estos astros en el zodíaco, más el signo ascendente en el horizonte. Su construcción tomó auge en el continente europeo durante la Edad Media, a partir del siglo XIV. El diseño general consta de una esfera central (el reloj propiamente dicho) y una escala horaria de 24 horas en el borde de la misma, o situada como un anillo exterior, con el mediodía en la parte más alta y la medianoche diametralmente opuesta. Los antiguos relojes italianos, en vez de las XII, tienen la hora XVIII (seis de la tatempera) en su parte más alta, porque ese era el viejo modo de organización temporal diaria en Italia, a partir del atatemperacer.

Los más simples, si vale el término, muestran además al Sol y a la Luna, pudiendo conocerse de este modo las fases lunares. Algunos incorporaron un calendario anual de días y meses, entonces la posición del indicador horario o del Sol coincidían también con la fecha del mes en curso durante el año. Sin embargo, estas funciones a veces se muestran en instrumentos separados.

Los más complejos incluyen una rueda zodiacal que permite ver la ubicación por signo de ambos astros. Y un agregado más, consistente en la proyección estereográfica del cielo en la esfera central, a modo de trasfondo, hizo posible visualizar con facilidad la ubicación del Sol y la Luna respecto al horizonte, y conocer el signo ascendente, el descendente y el medio cielo.

Uno de los relojes astronómicos más famosos por su belleza constructiva es el de la ciudad de Praga, en la República Checa, que muestra casi toda la información que acabamos de describir, e incluso algunas indicaciones más, de uso poco habitual o en desuso, dada su antigüedad.

En la esfera, el horizonte es la línea divisoria entre la zona azul-celeste y la de color anaranjado. Debajo, el círculo más oscuro corresponde a la noche. En el borde interno de la esfera del reloj tenemos la indicación de horas locales, en números romanos. La hora XII en la parte más baja de la esfera corresponde a la medianoche, que en astrología indica el Fondo del Cielo.

Por encima del horizonte, el cielo está dividido en doce sectores, que corresponden a las horas planetarias diurnas, indicadas con números arábigos. Las horas planetarias provienen de la división del día en doce, desde el amanecer hasta el crepúsculo. Como su duración varía de acuerdo a la época del año (durante el verano el día es más largo que la noche, y en invierno es más corto), también se las conoce como horas desiguales. Se usan en astrología horaria, atribuyéndole a cada una un regente planetario.

Ciencia, arte religioso, astrología, todo ello reunido en artefactos para medir diferentes tiempos, símbolos de integración perceptiva que no prevalece en nuestros días, pero que parece retomar fuerza, disolviendo la visión fragmentaria que adoptamos para mirar la realidad.
 
En su diversidad de diseño y complejidad, los relojes astronómicos son una bella creación que aúna dos planos diferentes de temporalidad, estrechamente vinculados para quienes se animan a contemplar la inserción de ritmos convencionales, humanos, imperfectos, en la danza cósmica del cielo, perfecta pero inasible para nuestros modos mundanos de organizar el tiempo.