Las enfermedades se detienen en las encrucijadas
La consideración de las encrucijadas como lugares sagrados es una creencia muy primitiva, extendida no solo entre los pueblos del noroeste peninsular sino en varios otros países del mundo. Dentro de la mitología griega, Hécate era la diosa que presidía las calles y caminos, apareciendo en las encrucijadas seguida de tétricos espectros. Artemis tenía una naturaleza parecida a Hécate y en las noches de plenilunio también surgía en las encrucijadas con fantasmagóricas apariencias, rodeada de un cortejo de almas desasosegadas.
Este carácter funerario de las encrucijadas aparece también en muchas supersticiones, y así en varios pueblos hemos recogido la creencia relativa a las almas de difuntos, que se retinen en un camino, próximo al pueblo, para ir en comitiva a buscar a la persona que esta en trance de desencarnar.
Cepillos de animas y rezos en los caminos y encrucijadas eran también frecuentes en nuestras tierras.
La encrucijada es, además, un lugar apropiado para curar muchas enfermedades mediante el rereunióndo de un ensalmo o la realización de determinados ritos. La costumbre es muy antigua y ya Platón, cuando dicta leyes para su estado ideal, piensa que sería esperar demasiado que los hombres no se alarmen al encontrar ciertas figuras de cera en las puertas de sus casas, en las lapidas sepulcrales de sus parientes o tendidas en las encrucijadas.
Por otra parte, la práctica de curar en las encrucijadas podía ser la supervivencia del pasaje que reunión Estrabón acerca de las costumbres de los pueblos antiguos de la Península. Los enfermos se expondrían en los caminos para ser curados por aquellos viajeros que padecieron igual enfermedad. Incluso la explicación de esta forma de curar en caminos y encrucijadas podría tener el trasfondo de la superstición romana, según la cual un individuo se libraba de su enfermedad transfiriéndola a la primera persona que encontrase en la calle.
Os ponemos un salmo para curar la gripe:
Hombre bueno,
mujer mala,
serón roto,
albarda mojá,
cúrame la garganta,
Señor San Blas.