La naturaleza mágica y los celtas

La sabiduría de los pueblos de los celtas está cimentada en su relación con el mundo natural, los árboles, las aguas, las piedras, los animales, la Madre Tierra, el Padre Sol, y todos los demás seres que pueblan nuestro mundo, no en vano el oráculo oghan está basado en los árboles, su calendario se divide en ocho fechas claves en la rueda del año en consonancia con las estaciones, aplicaban la medicina de los árboles y plantas, en definitiva conectaban con la energía de la creación en sus distintas manifestaciones y crecían con ella. Así, no es extraño que para los celtas la naturaleza estaba ligada al hombre a través de los elementos: tierra, aire, agua y fuego surgía la energía regenerativa y transformadora de la vida.

Los druidas basaban su ciencia, conocimiento y creencias de acuerdo a los principios que regían la naturaleza, los ciclos del sol, la luna y las estaciones, los cuales fueron su base para crear el calendario celta.

Este pueblo entendía la tierra como fuente de vida, pues sobre ella se desarrollaban los ciclos vitales de las plantas, los animales y el ser humano, visión que los llevó a no generar un sentimiento de posesión sobre la tierra.

El aire era asociado a la mente y la inteligencia; era el elemento que hacía posible el movimiento de los dioses y por ello, en sus leyendas, muchos adoptaban formas de aves. Los druidas aspiraban el dominio del viento, una de las fuerzas más a topes de la naturaleza con la que podían ejercer sus encantamientos y poder.
Al agua la veían como el elemento de la vida a través de la cual fluye la energía que se halla en el interior de la tierra. Simbolizaba la pureza, la limpieza del alma, la psique y las emociones. Entre las costumbres celtas se hallaba el arrojar objetos de valor en ríos y lagos como ofrendas.

Las fuentes de agua y los lugares en los que se hallaban se les consideraban sagradas y estuvieron siempre asociadas al ritual del nacimiento.El agua era vista como símbolo de fuente de vida e incluso de tránsito hacia otra vida. Era la representación de la fuente del movimiento, del dinamismo en el que se basa la existencia de los hombres y la naturaleza.
Los ríos y lagos eran lugares en los que ocurrían poders, puesto que simbolizaban la frontera natural entre el mundo de los desencarnados y el de los vivos. De hecho, el acceso al Otro Mundo suele simbolizarse con un puente de cristal o un río.

Y el fuego simbolizaba la energía cósmica, esa energía especial que mantiene la vida e impulsa la evolución en el universo. El fuego era empleado para representar la destrucción, así como la regeneración.

Los celtas creían profundamente en la inmortalidad del ser donde los espíritus se manifestaban transitoriamente en cuerpo, y por lo mismo al momento de la muerte podía volver a manifestarse o encarnarse en otra forma. Una transmutación que tomaba un largo proceso en el que el espíritu mismo debía recorrer el mundo mineral, vegetal y animal hasta alcanzar la condición de alma humana que continuaba reencarnando hasta llegar a la perfección. Por ende, cualquier piedra, planta o animal que habitara la tierra tenía la manifestación de un espíritu en transformación, incluso podía ser más evolucionado que el mismo hombre, pues estos lugares podían ser la morada del alma de algún dios.

Para los celtas la naturaleza se hallaba dividida en tres reinos:
El subterráneo, de misteriosa magia donde habitan las Hadas.
El cielo, lugar en el que viven los dioses.
Y la tierra que se halla en el medio de los otros dos mundos y es el lugar donde habitan los hombres.