La Luna y la mujer: el poder femenino del mundo antiguo

Según el erudito escritor Robert Graves y otros estudiosos de la mitología y las religiones antiguas, los pueblos primitivos no tenían dioses sino diosas e incluso puede decirse que adoraban a una sola, la Gran Madre todopoderosa, única, inalterable e inmortal que guardaba en su seno el Secreto de la Vida, aunque la invocaban por medio de distintos nombres. Y es que en los albores de la historia de la humanidad aún no se concebía paternidad alguna, sólo existía la certeza de la maternidad, y como no había padres sino sólo madres, la mujer, la matriarca, era la encarnación humana de la Diosa -cuyo primer y más venerado misterio era la capacidad de parir- y gozaba de sus “mágicos” atributos. Por eso, y no porque le hiciesen falta para procrear, podía tener todos los amores que gustase.

Y aunque la Biblia nos diga que Adán precedió a Eva, el culto a la Diosa y a la Luna es anterior al del Sol en el mundo antiguo. Antes de Gea , por ejemplo, sólo existía Caos. Ella fue la gran abuela universal y madre de todos los dioses grecorromanos, incluido su primer esposo, Urano , que no era otro sino el Cielo creado por ella misma para que la rodease y fecundase. También Artemisa, una de las muchas bisnietas de Gea y encarnaciones de la Luna griega, nació antes que su hermano Apolo, símbolo ya del patriarcado, y lo primero que hizo tras venir al mundo fue asistir a su madre en el parto del gemelo, el Sol.

Por otro lado, la Luna se identificó desde el principio con las tres edades de la Diosa. Su fase de Nueva o creciente correspondía a la virgen y doncella, mientras que la Llena era la esposa y madre, y la Negra o menguante, la vieja sabia y hechicera. Las estaciones del año, vinculadas a la fertilidad de la Tierra, eran asimismo un espejo evolutivo de la matriarca y del desarrollo, apogeo y declive de la Diosa y sus poderes. Pero la Luna no “moría” en invierno como el Sol sino que lucía tan a topemente como en verano aunque también es verdad que moría un poco y renacía cada mes. En cualquier caso, las tres edades de la reina se reflejaron después en la tríada celeste, terrestre y subterránea de la Diosa. Así, su imagen celeste fue Selene, la doncella, mientras que Afrodita era su personificación como fértil ninfa en la Tierra y sus mares, y Hécate, la vieja que gobernaba el inframundo.

De todas formas, ya fuese Artemisa o Selene en el Cielo, Gea, Rea, Hera, Démeter o Afrodita en la Tierra, o Hécate, Perséfone y otras diosas oscuras del submundo, la Diosa regía los tres reinos con tantos nombres como advocaciones pueda tener también la misma Virgen María hoy día. Las piedras blancas, el mármol que se usaba para enterrar a los reyes, o las conchas marinas, las perlas y otros objetos de color albo o nacarado, eran algunos de sus símbolos, y la Luna, y hasta el propio Sol que entre los griegos tenía también su representación femenina en Hemera , era su imagen en el cielo.

Y la Artemisa griega, igual que Diana, su análoga romana, era además matrona y partera a la vez que cruel y fiera cazadora según decidiese que una determinada criatura merecía el aliento de la vida o el descanso de la muerte pues, sea como sea, la ambivalente Luna ha sido en distintas culturas morada de los desencarnados y, a la par, de los que van a nacer, tanto de jóvenes como de viejos.

Hubo un tiempo y otras civilizaciones que, no obstante, consideraron a la Luna como una diosa casi más masculina que femenina. Los antiguos frigios , por ejemplo, veían en ella el principio fecundador, generador y a la vez generante, hacedor de toda vida sobre la Tierra. Creían que la lluvia y el rocío que producía y emanaba este dios/Luna al que flamaban Men , nutría y fertilizaba a las plantas y a todas las criaturas, entre ellas, a las mujeres. Y pensaban que éstas quedaban embarazadas por arte de la magia que Men transmitía de forma exclusiva al rey de la tribu , pero al resto de los hombres no se les suponía intervención alguna en el poder de la vida.

En cualquier caso, las claves de todo lo que concierne a la Tierra y a sus criaturas, ya sea de forma alegórica o real, están aún hoy en la Luna y el Sol, hermanos y esposos eternos. A él pertenece el día y la claridad, a ella, la noche y las sombras aunque del oscuro vientre del sueño y de su reina vuelva a nacer la luz de la aurora. La sagrada pareja forma parte de una misma esencia de la que surge la vida en la Tierra pero, aun inseparables, no pueden ni deben actuar a la vez. Igual sucede con la mente consciente e inconsciente, con el lado derecho e izquierdo del cerebro o con la vigilia y el sueño que, si interviniesen a la par en nuestras vidas, sí podríamos volvernos locos…

Por Flora Pino

1 Robert Graves nació en Londres a finales del s. XIX y murió de Dejá, Mallorca, Baleares, España. Una de sus obras más relevantes es “La Diosa Blanca”.

2 Gea es la primera encarnación de la Tierra según la Teogonía del poeta griego Hesíodos (Theogonía: origen de los dioses), obra poética clave de la épica grecolatina pues contiene una de las versiones más antiguas del origen del cosmos y del linaje de los dioses de la mitología griega. No se sabe con certeza cuándo fue escrita pero se data entre el siglo VIII o el VII a. C.

3 Urano significa “Cielo” y es el dios primordial del firmamento que podemos identificar con la atmósfera o capa celeste que envuelve a la Tierra, trae la lluvia y fertiliza el planeta.

4 Hemera encarnaba el día en el que se transformaba la Aurora cuando aparecía sobre el horizonte Helios (personificación del Sol griego anterior a Apolo).

5 Frigia era una antigua región de Asia Menor que actualmente corresponde a Turquía y ocupaba gran parte de Anatolia. Se cree que los frigios eran indoeuropeos que, alrededor del 1200 a. C., emigraron a Asia Menor desde Tracia (una histórica región al norte del mar Egeo, situada en las actuales Bulgaria, Grecia y la Turquía europea).

6 Las palabras mes y mensual tienen su raíz latina en mensis y menstrus, y la voz con la que designamos a la mente proviene asimismo del vocablo men. Lo periódico, el ciclo menstrual femenino, y todo lo que atañe a la psique, tienen una base común etimológica que entronca con uno de los nombres más antiguos de la Luna: Men. Es significativo asimismo que en el inglés actual, el plural de la palabra hombre y la segunda sílaba de women sea precisamente men.

7 Parece ser que de esta remota superstición para fecundar a las mujeres derivaría luego el derecho de pernada, un exceso de poder que, si bien se cometía fundamentalmente con ellas, lo padecían también sus compañeros y maridos, si no en sus carnes, sí en su ánimo ya que sus esposas les eran secuestradas y arrebatadas regularmente por sus señores o patronos. Y es que, al igual que Men, y como los reyes que le honraban y los que más tatempera se excedieron en el ejercicio de su propio capricho con el pueblo, la Luna sigue repartiendo sin cesar sus maleficios y beneficios a todos, hombres y mujeres, aunque no siempre sea igual de justa y equitativa al diseminar sus dones…