El cambiarse de casa es un hecho muy significativo en la vida de las personas. Los lugares están asociados a acontecimientos importantes y almacenan recuerdos y esos lugares ocupan espacio en nuestro ser. Una casa es un lugar que nos ha acogido, nos ha dado seguridad, cobijo, protección; ha conocido nuestros más íntimos secretos, nuestras alegrías y nuestros llantos. Sus paredes han escuchado nuestras plegarias y ruegos por nosotros, por la familia, por los familiares cercanos y por los seres queridos que comparten o han compartido nuestros días. Sus techos llevan grabadas nuestras miradas de desolación en esas noches de insomnio interminables, en aquellas noches oscuras del Alma, en que nada anda bien, y en que no se ve ni un camino a seguir.

La casa ha sido testigo de acontecimientos importantes, tanto como nacimientos, finales de cilos de la vida…. Nacimientos y fines de ciclos de seres queridos, de hijos, padres, abuelos, y también nacimientos y desencarnaciones de amores y de relaciones. Ha visto cómo se han desarrollado situaciones desafiantes, traumáticas, gritos, dolores y desamores, reconciliaciones y separaciones, esperanzas y desilusiones, llantos, peleas, discusiones, sonrisas, risas y suspiros; todos muestras de lo humanos que somos. Sus puertas han abierto oportunidades y desafíos, y se han abierto a invitaciones y se han cerrado en las despedidas; conocen las frentes derrotadas apoyadas en ellas y los sollozos que quedan cuando aquella persona las cierra llevándose todos los cariños y apachuchos que no se dieron, dejando atrás encerrado con ellas los reproches, la ira y la malestar.

La casa nos ha visto crecer. Nos ha visto pasar por las diferentes etapas de la vida. Mudo testigo de nuestras experiencias y de los silentes miedos que van quedando en el pasar. Ha visto el llanto de una madre cuando su primer hijo o hija deja el nido para salir a tener su propia experiencia de vuelo en la vida, que expresa en esas lágrimas los dolores y alegrías futuras que ese viaje le causará e ella misma.

Cuando dejamos la casa es pertinente hacer un ritual de despedida. No es solamente la casa la que dejamos atrás. Es también nuestra piel, igual que hace la serpiente, la que dejamos atrás para cambiarla por una que nos permita recorrer los nuevos caminos con belleza, con elegancia. Y lo primero que es pertinente hacer es agradecerle por lo vivido juntos. Dar las gracias es estar en ayni, como reciprocidad.

Como ritual podemos hacer un ayni despacho, con la pura intención de agradecer todo, incluso aquello que ya hayamos olvidado consciente o inconscientemente. Podemos poner en él algunos objetos que manifiestan ese agradecimiento, simbólicamente. Todo aquello que hemos vivido. Podemos escribir los agradecimientos por todo lo vivido y lo experimentado, y depositarlos en el despacho. Este ritual puede ir acompañado con un recorrido por ella, antes de remover nada, con una vela blanca, dando las gracias, luego pararse frente a ella, en una acción de humildad y agradecer. Antes de irse, hay que botar todos los paños, escobas, trapos y traperos, esponjas y fregonas, del aseo de baños, cocina, patio y casa, y no llevarlos a la nueva residencia. El despacho tiene que ser en un papel de regalo muy hermoso, muy lindo, lo mejor que se pueda encontrar disponible. Junto a todo lo anterior es conveniente comunicarse con la casa y pedirle al Alma de ella que se comunique con la nueva para que nos reciba con amor.

Este agradecimiento a la casa es un acto sublime, porque damos dignidad al lugar que nos conoció, nos vio crecer y envejecer y nos prepara para el siguiente lugar, para hacernos dignos de él.

Los rituales son pertinentes en la vida, porque son del Alma. No hay para qué hablar, a no ser que las palabras salgan desde el corazón más puro.

Que Dios nos bendiga.