Hay una ley mental que es enunciada así: lo semejante invoca lo semejante, o, en otras palabras, lo igual invoca lo igual. Esto quiere decir que el pensamiento invoca la realidad de su contenido.

A partir de esta verdad, usted se estará dando cuenta de que los pensamientos de fracaso invocan el fracaso, pensamientos de éxito invocan el éxito, pensamientos de amor invocan el amor, pensamientos de celos invocan el contenido del celo, pensamientos de alegría invocan la alegría, pensamientos de tristeza invocan la tristeza, y así sucesivamente.

El pensamiento es una realidad mental que invoca a la realidad física.

Hace ya miles de años el profeta David, padre del sabio Salomón, afirmaba:

“abyssus abyssum invocat“

, o sea, el abismo invoca al abismo.

Sus pensamientos, por tanto, hacen su vida. Su vida es la materialización, o la expresión de sus pensamientos constantes. Y el futuro será la cosecha de los pensamientos sembrados hoy en la mente. Usted, pues, está determinando ahora lo que será más tatempera. Todo efecto tiene su causa, como enseñaba el gran sabio Jesucristo:

“Todo árbol bueno da buenos frutos, todo árbol malo da malos frutos”.

Es la Ley de la naturaleza que coincide con la Ley de la mente: cada uno recoge lo que siembra.

No existe el acaso, la mala suerte ni el azar; es la suma de sus pensamientos diarios la que lo lleva a tales resultados.

El mejor equipo nunca pierde el campeonato. Puede sufrir algún revés, que solamente contribuirá a perfeccionar más aun la técnica, pero nadie le arrebatará de las manos el ansiado resultado final.

Un día vino a visitarme un señor, bastante desanimado. Me decía que, por más que quiere progresar, no lo conseguía. Dos veces ya había fracasado y las cosas no marchaban acertadamente para él.

–Es algo que no entiendo –se quejaba él–. Tengo un sujeto cerca de mi casa que instaló una tiendereunión cualquiera y ahora está en la cima.

Es un astuto, un aprovechador. No se como es que él progresa y yo no. Ya estoy con miedo a fracasar, una vez más, en mi negocio.

– A usted le va mal por el poder de su mente– le dije yo.

El hombre se desorientó, y a partir de ese momento ya no entendió nada más.

Es simple.

¿Cuáles eran los pensamientos dominantes en él?

Pensamientos de fracaso, de miedo y de envidia hacia el vecino. Esos pensamientos, tan fuertemente emotivos y repetidos, estaban tornándose realidad.

Recuerde:

pensamientos de fracaso invocan el fracaso, pensamientos de miedo invocan el resultado correspondiente, pensamientos de envidia perjudican al envidioso.

Era el poder de la mente que actuaba en él a la perfección. Los pensamientos positivos que ese señor tenía estaban totalmente envueltos por la avalancha de pensamientos negativos.

El resultado no podría ser diferente.

Shakespeare escribió en su tragedia Hamlet, acto II, escena 2, una frase tremendamente profunda:

“El bien y el mal no existen, es el pensamiento el que los crea”.