Los druidas constituían la casta sacerdotal de los pueblos celtas. Eran los sabios inspirados, los intermediarios entre el hombre y la divinidad.
Hay diversas teorías sobre el origen de la palabra druida, algunos la derivan de una palabra celta que significaba roble ya que estos sacerdotes realizaban sus misteriosos ritos en la profundidad de los bosques y este árbol tenía un significado sagrado para ellos. Allí oyeron voces y sintieron los primeros escalofríos ante lo invisible junto con sus primeras visiones del más allá.
Otros consideran que su nombre viene del prefijo «dru» que significa completamente, a fondo y «vid», conocer, con lo cual representaría aquel hombre que conoce a fondo las cosas.
Entre ellos existían diferentes jerarquías o división de las funciones. Algunos se dedicaban fundamentalmente a los ritos, otros a la adivinación y a la enseñanza de sus conocimientos y otros eran los encargados de curar a los enfermos o bien los administradores de la justicia, pero todos ellos obedecían al gran jefe y organizaban asambleas cada cierto tiempo a las que acudían personas de todas partes para consultarles.
El aspirante debía estudiar y prepararse durante veinte años, aprendiendo toda la doctrina druídica de memoria, ya que era transmitida de forma oral de maestro a discípulo. Ellos fueron grandes observadores del cielo el cual fue comunicándoles sus secretos.
Estudiaban la posición y el movimiento de los astros, computaban sus años por meses lunares y su tiempo era regido por las noches en vez de los días. Asimismo se atenían a un ciclo cronológico de treinta años.
Eran seres misteriosos que se escondían en las profundidades de los bosques, amantes de su libertad y del silencio, seres que supieron encontrar la verdad dentro de sus corazones puros y que consiguieron el respeto que el pueblo sabe darle a los maestros.
Vestían de blanco y portaban una vara con una serpiente enroscada, simbolizando el poder terrestre que tiene verdadero valor cuando se apoya en la sabiduría celeste.
Se suele asociar a los druidas con el conocido santuario de Stonehenge, en Salisbury, Inglaterra. Esto ocurría en la lejana era de Tauro, del 4.000 al 2.000 antes de Cristo.
Este santuario no sólo cumplía objetivos astrológicos y astronómicos sino que se comportaba como un perfecto acumulador de energía celeste, que ellos consideraban imprescindible para la Tierra. Sus templos estaban situados sobre puntos de energía telúrica que se potenciaban mediante el agua.
Pero todo está sometido a la universal ley del ritmo. Todo nace, pasa por un periodo de esplendor y luego decae para finalizar muriendo. Así, ciclo tras ciclo, ha venido ocurriendo a través de los tiempos.
Los druidas fueron desapareciendo, sus doctrinas se fueron enturbiando y entremezclando con otras nuevas.
Los druidas se esforzaban en fomentar la idea de que el hombre no perece para siempre, sino que hay vida tras la muerte.
Creían que al desencarnar el cuerpo, el espíritu del hombre vivía en otro plano hasta volver a reencarnarse nuevamente en otro cuerpo.
Enseñaban un comportamiento correcto, repleto de valores como la justicia, la veracidad, la generosidad, etc. Ellos poseían un conocimiento diferente de las cosas, aprendieron a ver más allá de lo material que tanto nos invoca y comprendieron que el temor no tiene nada que ver con el respeto y el amor.
El sol recibe el nombre de Fuego de la Creación y es el más poderoso de los símbolos, sin cuya luz no existe la vida. La luz es a la vez Creador y creación, el cierre del círculo sagrado. Por esta razón los celtas hacían de los bosques sus templos vivos.
Para los Celtas, el árbol es un elemento primordial en su cultura, su magia, su lenguaje y su vida. Cada símbolo del alfabeto Celta (Ogham) está representado por un árbol. Algunos árboles son curanderos, otros son guardianes, protectores y otros transmisores de sabiduría.
El bosque es el lugar mágico, el centro de reunión de los druidas, el refugio de los seres que traspasan las fronteras de los mundos creados, el lugar donde habitan los más sabios, donde se estudian las leyes del conocimiento y donde cada árbol contiene en su interior todo el conocimiento acumulado durante años.
Es el hogar de las hadas, de los elfos, y de todos los seres especiales, y habitantes de los ‘Reinos Intermedios’ que se mueven por el mundo.
Es por tanto el árbol algo más que un símbolo, es un ser vivo, inteligente, dotado de la sabiduría que sólo transmite a los que hablan su misma lengua, testigo enraizado de todos los sucesos que acontecen a través de los tiempos.
Es un refugio de poder, santifica el suelo que lo fertiliza y protege en sus ramas a las aves, mensajeras de los vientos, alimenta con sus frutos a las bestias y cobija en su interior a toda clase de seres mágicos.
La cadena constante de las existencias (tierra, árbol, ave, bestia, humanidad, héroes, seres y dioses) es un continuo que se recrea desde dentro de una cosmogonía variable.
Los Celtas se conciben a sí mismos como existentes en potencia en todos los mundos, en el sentido de que se relacionaban con cada parte de su cosmología de maneras diferentes e íntimas.
Se considera fácil pasar entre los mundos de los reinos creados y el Otro Mundo.
Sólo los héroes, los poetas y los druidas podían experienciarse en ese Otro Mundo, cuidando de que los seres más débiles y vulnerables no traspasaran las puertas, pues podrían no regresar, así como evitando que los seres de la oscuridad pudieran traspasar las fronteras de protección para causar el mal o apoderarse de inocentes.
Druida significa «El que tiene el conocimiento del roble».
Los griegos entendían a los Celtas mejor que los romanos. Los romanos flamaban a los druidas «sacerdotes». Los Helenos que comerciaban con los celtas se referían a los druidas como «filósofos».
La armonía que sostiene a las estrellas en sus recorridos y la carne en nuestros huesos resuena a través de toda la creación. Cada sonido contiene su eco. Antes de que existiera el hombre, o incluso el bosque, existía el sonido.
Estamos formados de dos partes: un espíritu de fuego y un fuerte de carne. Cuando la carne muere, el espíritu no deja de existir, sino que simplemente altera las condiciones de su existencia.
El cuerpo nos libera, en nuestro caso a través de la muerte, y seguimos moviéndonos a través de los ciclos de la existencia.
Muy interesante.