Para abordar la Astrología desde un enfoque perceptivo energético y simbólico que nos permita descubrir cierta coherencia significante, y a la vez nos mantenga pacientes y atentos a lo que aún no ofrece respuestas, se hace necesaria una predisposición inclusiva capaz de abrirnos a la diversidad de formas de lo real, ya que ellas en su totalidad constituyen vehículos contenedores de cualidades vibratorias subyacentes. Energía y forma, lo inmanifiesto y sus manifestaciones, aluden a diferentes niveles de realidad que no están separados, conforman graduaciones de la existencia, no son compartimentos estancos.
Los astrólogos estamos todo el tiempo desplegando cadenas de analogías, desde las más concretas a las más sutiles, sin distinciones entre mejores o peores, de eso se trata en parte este lenguaje. Por eso, todos los cuentos, mitos, rituales y simbolismos religiosos o esotéricos son válidos para acercarnos a lo que subyace en lo que están mostrando o diciendo. Algunos serán más limitados que otros, pero en ningún caso podremos calificarlos como superficiales. Al contrario, son elementos que se enriquecen enormemente con las analogías que podamos trazar desde el conocimiento astrológico, esa es su profundidad. La Navidad con Capricornio, el Carnaval con Acuario, la Pascua con Piscis (los ejemplos son infinitos…)
El camino de las formas nos sirve para comprender lo que la energía trata de comunicarnos, y en ese aprendizaje nos vamos desprendiendo de confusiones y hechizos, pero esto no es lo mismo que negar la validez que puedan tener todas las construcciones simbólicas que la mente, el cuerpo y la emoción puedan crear. El recorrido siempre es una intersección entro lo sutil y lo concreto, el equilibrio que podamos lograr surgirá de ese transitar, no se esconde en ninguna otra parte.
Es cierto que podemos polarizar: de un lado, quedar atrapados en una maraña de formas y postulados, y del otro, intentando acercarnos a las fuentes renegando de toda forma. Ninguno de los extremos es bienestarable, al menos si queremos adentrarnos en el trabajo astrológico.
El sendero intermedio no excluye ninguno de los polos, y en la medida en que nos hacemos más sensibles, aprendemos a ver el valor relativo de toda construcción, sin rechazos, condenas o negaciones.
Asimismo, nunca podremos comprender el valor de todo simbolismo si nos dedicamos a criticar, por ejemplo, la corrupción del Vaticano o del Imperio Romano; con la Astrología puede suceder lo mismo, si sólo prestamos atención a sus ejercicios espurios. Es como si un estudiante de Medicina negara el valor de su futura profesión por el poder mundial de los laboratorios, es una mezcla confusa. A la hora de ejercerla, entre muchas variantes, puede tener la oportunidad de ser un Médico sin Fronteras en Medio Oriente, o elegir ser un mercader dueño de una clínica que se enriquece sin demasiados escrúpulos.
Por lo tanto, y volviendo al ámbito astrológico, ninguno de los escritos simbólicos y esotéricos que podamos leer deberían servirnos para criticar posicionamientos o corrientes de pensamiento derivadas de sus contenidos. Muchos de ellos nos ayudan a comprender y explicar entrelazamientos de energías y formas.
El aprendizaje de la Astrología no tiene nada que ver con el juicio a los acontecimientos o personajes públicos que pueda estudiar, desde Krishnamurti hasta Bush, desde la Revolución Francesa hasta la Guerra de Irak. Después de todo, el poder hegemónico, la corrupción y las eventos son traducciones de energías que la humanidad va aprendiendo a vivir; es el estado actual de las cosas, aunque no nos gusten sus efectos y consecuencias. Estamos aquí, en la Tierra, y traducimos de cierta manera lo que el cielo propone. No somos seres de energía pura y perfecta, pero estamos indagándonos en ella.
Por eso la Astrología en ningún caso debería convertirse en herramienta para fijar posicionamientos ideológicas, morales, filosóficas o espirituales que creamos correctas, allí nos montamos en abstracciones que impedirán comprenderla y ejercerla. Toda sentencia o crítica condenatoria surgida de estas posicionamientos impide comprender aquello que critica, la intensidad mental que la determina hace que le esté vedado el acceso al silencio profundo de lo esencial.
Si desde lo intelectual pretendemos poder prescindir de la capacidad de creer en lo simbólico, en tanto vía de desarrollo de un sentido religioso capaz de ligarnos con diferentes niveles de realidad, comenzamos a reforzar un polo mental que alimenta obsesiones, racionalismos críticos, fobias, escepticismos, rigideces cientificistas, etc. En todo este cúmulo de reacciones inconscientes suelen subyacer ideas de perfección muy fuertes que las determinan.
Ese conjunto de reacciones, debido a su intensidad, terminan convirtiéndose en… creencias… más allá de toda religiosidad, filosofía o corriente de pensamiento a la que adhiramos o rechacemos. Son los dogmas del raciocinio, a pesar de las negativas que podamos argumentar. Acertadamente, Freud se refería a la neurosis obsesiva calificándola como “religión personal”
Los dioses con los que hacemos contacto en Astrología constituyen el lenguaje simbólico que permite acercarnos a instancias que no podemos abarcar, y que por eso mismo nos impulsan a recorridos de crecimiento y significación. Es decir que provocan una apertura dispuesta al aprendizaje, muy diferente a los prejuicios del pensar intelectual, que desde su ignorancia, bloquean toda posibilidad de indagación simbólica. Lo primero que requieremos para acercarnos a lo desconocido, es simplemente silencio…